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La suricata (Suricata suricatta) es una pequeña mangosta, de cabeza ancha y redondeada con ojos oscuros, hocico en punta y cuartos traseros más gruesos que los delanteros.
El pelaje es marrón claro, con manchas marrones y rojizas en la espalda.
Posee un olfato muy desarrollado y se caracteriza por ser una especie curiosa e inquisitiva.
Se distribuye sobre todo en el sur de África, a lo largo de sabanas o llanuras secas y abiertas.
Estos mamíferos son esencialmente diurnos, sociales y territoriales.
Están perfectamente organizados a nivel social. Las suricatas forman colonias de unos diez individuos. En cuanto escasean o se agotan los recursos alimenticios, no se lo piensan: emigran para encontrar un nuevo terreno, más propicio.
Su dieta se basa en insectos, pequeños roedores, lagartijas y serpientes. Mientras buscan el alimento, uno de ellos actúa siempre como centinela del grupo, permanece erguido sobre sus patas; de esta manera vigila el territorio y tan pronto como detectan un peligro emite sonidos para alertar al resto. Se le llama, cariñosamente, “centinela del desierto”, dada su costumbre de cuidar del grupo constantemente.
Su afición favorita es tomar el sol, tanto en invierno como en verano. La temporada de cría y el número de camadas dependerá de las precipitaciones y de la disponibilidad de sustento.